Desde hace muchísimo años tengo el privilegio de conocer a Tony. Y desde que está en A Banda no tuve el placer de visitarlo. Lo hice hace algunos días y lamento no haber ido antes. Tony es como A-Banda. Muy bueno, muy bonito, muy placentero, muy gente, muy energético y todos los demás "muy-muys" que acompañan las grandes experiencia culinarias y enológicas de esta vida. Gracias Tony por tus elevadas atenciones y por tu apreciada y noble compañía y por el tesoro de tu amistad. Alguien dijo: "¡VOLVEREMOS!".... creo que fui yo...

Cocina italiana de cautivante calidad, conducida ejemplarmente por dos grandes chef de buen tino comercial, Mauro y Rino. Las pizzas, muy bien hechas, se presentan delgadas y crujientes, como les gusta a la gente, tanto en New York, como en Panamá, y aún en Italia. Yo, por lo contrario, las prefiero a la vieja manera: esponjosas, jugosas y sopladas en los bordes. En los botelleros, por suerte, disponen de vinos italianos del norte, del Piemonte, de la bodega de la familia Marrone, importados por nuestro muy estimado amigo Andrea, un italiano de pura cepa y de buenas modales, como de los viejos tiempos. Una lástima que para acompañar a la pasta Carbonara confeccionada al estilo romano, o sea, solo con guanciale, pecorino, uova y pepe, no tuvieran ese vino oriundo del Trentino-Alto Ádige, el Savagnin, se pronuncia: savañín, también conocido como Traminer Aromático, el cual de manera abusiva se acredita mediáticamente como vino alemán, por la simple traslación de ese nombre compuesto a dicha lengua: "Gewürztraminer". El aceite de oliva de color esmeralda, italianísimo. El pan como debe ser. Y la decoración de buen gusto y de sobria dignidad. Pero el servició de mesa insuperable: esmerado, premuroso y agradable. Un lugar de meditación... al beber y comer...

PAUL es el nombre comercial de una cafetería de gusto muy francés, manejada hoy, año 2017, por la quinta generación de una misma familia, la cual hace 128 años inició este negocio en uno de los municipios de la gran Metrópolis de Lille, en la región norteña de Artois. Hoy es una empresa mundial que está en mas de 30 paises, incluyendo ahora nuestro Panamá. Hemos visto y degustado en varias visitas durante la última semana, gran parte de sus productos, los cuales proclaman "el arte de vivir a la francesa", café, pastelería, panadería y una cocina diversificada de gusto popular. Felicitamos al personal por el esmerado servicio de mesa, a los cocineros por la calidad de sus productos y sobre todo, al chef, nuestro amigo Alfredo Villegas quien sabe mantener los niveles de esmero y de agrado que este difícil negocio exige.

Estos nuevos Años Locos de Costa del Este son un salto cualitativo hacia adelante en relación con Los Años Locos de San Francisco. El dueño, Rubén, es el mismo. Por suerte para sus seguidores, como yo. Porque tiene y muestra una excelente vocación de servicio y esmero. La comida mantiene los mismos niveles de abundancia en el plato y sabrosura en el paladar. Pero el ambiente y los ambientes de sus diversos espacios tienen el encanto de la adaptabilidad a los caprichos y maneras de los distintos tipos de comensales que buscan, disfrutan y aprecian todo lo que Rubén ha hecho a favor de la plena satisfacción de su diversificada clientela. Felicitaciones y éxitos a toda la familia de Los Años Locos, colaboradores y parientes.

Un lugar civilizado, de buen gusto en sus platos y servicio frecuentada por gente educada. Y muy cerca de donde yo vivo. Y muy cerca de otros locales de igual calidad. Sin duda San Francisco es un gran vecindario.

Ni el tamaño limitado del espacio dedicado a mesas y sillas podría definir la calidad del ambiente de este restaurante, ni tampoco nada referente a la modesta decoración de dicho espacio. Es un ambiente que recibe de mi parte la máxima apreciación porque el agrado que ocasiona en mi trasciende la inmediatez sensorial de las medidas físicas y de las referencias estilísticas. El ambiente es elevado porque el comensal se siente bien frente al esmero del servicio en mesa y a la sabrosura de la comida. Y sobre todo por la presencia sistemática del propietario, el gran amigo Valerio Brunetti, un italiano de verdad, en alma, vida y corazón. Como siempre me sucede cuando me acompaña mi hija a comer y beber a un restaurante de prestigio, como es el caso en esta ocasión, mis palabras y mis elogios no alcanzan la intensidad del gusto y la emoción que viví durante el evento. Y es que Valerio entrega en cada plato toda la esencia de su amor por su trabajo artesanal y por su arraigo a los productos de la tierra, ya sean de nuestra tierra panameña o de su tierra italiana. La pasamos muy bien, amigo Valerio. Gracias.

Me siento cada día más privilegiado de asistir varias veces por semana a los finos y cultivados placeres de los platos que salen del imaginario gastronómico de Fabien Migny. Y ahora más que nunca porque nos ofrece el Brunch del domingo, en el cual domina la sublime revelación gustativa del ¡Wellington! Hay que estar atentos cuando chef Migny propone recetas de sus memorias de París, de Provenza, etc, como en estos días una Bulabesa digna de ser conservada en el museo de los recuerdos placenteros. Pero el menú a la carta es absoluto: langostinos azafrán, langostinos en risotto verde, entraña en cazuela, pulpo provenzal, filete bernesa, paté, pato como lo prepare..etc... etc.... Sin duda que cualquier elogio literario a su magistral cocina se quedará siempre corto frente a veredicto dictado por el paladar y la mente....

Hemos regresado nuevamente a este excelente restaurante de cocina vasca para disfrutar de su excepcional menú y su botellero de admirables vinos tintos de España y, sobre todo, de champañas francesas de alta clase, como a mi y a mi hija nos gusta. Todo esto para mi sorpresa y aplauso, a precios muy atractivos. Hemos comido con placer desmedido los piquillos rellenos, el bacalao pil-pil, el fois-grass marinado en oporto y un par de postres que jamás olvidaremos y que siempre repetiremos. Reitero mi percepción que la relación precio/calidad en la mejor que he podido disfrutar en mucho tiempo aquí en Panamá.

Este restaurante ha sido diseñado por empresarios que saben lograr el éxito comercial. En primer lugar está ubicado en el casco financiero, oficinista y hotelero de ciudad de Panamá, Obarrio. Con amplios estacionamientos. Y un servicio de mesa y bar juvenil, atento y amistoso. La cocina responde de manera ejemplar al gusto promedio del turista gringo acomodado y de los hábitos alimentarios del panameño y del latinoamericano de clase media solvente. Es una cocina italiana que también existe todavía hoy con éxito equivalente en todas partes del mundo y que creció allá con bríos adolescentes en la misma Italia consumista de la alegre e informal era berlusconiana. En Panamá seguirán concechando triunfos de ventas importantes porque el cliente que gusta transitar por Obarrio quiere un entretenimiento gastronómico fácil, sabroso y abundante. Lo cual constituye en síntesis la oferta restauradora de La Locanda, en donde pasé un rato muy agradable en compañía de catorce miembros de mi enorme familia.

Finalmente se instala en Panamá un restaurante cien por ciento tradicional de cocina vasca de familia. Se trata nada menos que de la familia Urrutia establecidos en Venezuela como restaurante “Casa Urrutia”, famoso en Caracas desde hace tres generaciones. Y ahora Jon Urrutia, un nieto del abuelo fundador, Adolfo Urrutia, se asienta en ciudad de Panamá. Le damos la bienvenida y nuestros más seguros convencimientos que tendrán éxito. Porque el menú vasco de cocina casera tiene muy buen arraigo histórico en nuestro país. Y porque el cocinero jefe es nada menos que nuestro gran amigo y maestro de buena vida y del buen gusto culinario vasco, Gorka Elizalde Goikoetxea. A los amantes del bacalo, de la corvina, del mero, del salmón, de los mariscos y todos los frutos del mar les aseguro que tendrán experiencias estrepitosas como las que ya hemos disfrutado. Y los cortes de cordero y los chuletones de res y de cerdo también nos han hecho estremecer de entusiasmo. Sus vinos son de primera y al alcance de todos los bolsillos. El tapeo vasco es una aventura del paladar que hemos armonizado con los albariños que ofrece el cautivante botellero de Casa Urrutia.